domingo, 25 de enero de 2009

Historias de Navidad

Queridos amigos y amigas:

En primer lugar queremos contaros nuestra noche de Navidad, pasada con los abuelos y con las personas que nos acompañaron.

Preparamos todo con mucha ilusión; las hispanas colombianas nos regalaron la cena. Antes de ésta nos visitaros los tres sacerdotes de habla hispana que atienden a la Comunidad. Uno de ellos, Yohanna, italiano, se queda a cenar con nosotros. Trajo una guitarra y cantamos villancicos a nuestro estilo español. Algunos abuelos hicieron sus cantos en árabe con todo entusiasmo. También nos acompañaron la familia de Rami, el doctor Naguib y alguna que otra persona.

Después de la cena repartimos regalos, que la hermana de uno de nuestros ancianos, religiosa, nos había traído. Ellos, felices, aplaudían y cantaban.

Culminamos la noche con la celebración de la Eucaristía, en casa, en la que participamos: Conchi y su madre, españolas, Youssef, y una amiga, copta ordodoxa, Samah y nosotras.

Recibimos un gozo intenso; todos estos acontecimientos los vivimos como un abrazo de Dios a través de los demás.

Yohanna, que siempre nos transmite algo especial en sus homilías, pronunció unas palabras que afectaron de forma especial a nuestro corazón: "Hoy ha nacido Dios. Hoy, en la calle 13 Mukarrar de El Maadi, en este lugar concreto ha nacido Dios. ¡Quien lo busque, lo encontrará!".
"Quien lo busque lo encontrará". Estas palabras quedaron grabadas en mi mente y en mi corazón.

Desde lo más hondo de mi ser hicimos al Señor esta petición. "Señor, haz que todos los hombres y mujeres te descubran como la única luz que puede alumbrar, la única verdad que te puede llenar".

¡Que todos te busquen para que te encuentren!

"Gracias, Señor, por el gran misterio de tu amor, manifestado en tu venida de forma tan tenue y silenciosa, en la figura de un niño, pero tan grande y poderosa que puede transformar los corazones en fuego de amor y reconocimiento".

Ahora no queremos dejar de contaros una experiencia de los dos últimos ancianos que acogimos en la casa. Nos avisaron de un anciano muy necesitado que viene del Alto Egipto, precisamente de un pueblo que visitamos las dos hace tiempo, donde percibimos la forma de vivir de estas gentes en extrema pobreza.

Le acompañaban un franciscano, sobrino suyo, y una señora conocida nuestra. Su estado era de una desnutrición alarmante, con una delgadez que impresionaba. Su historia, inaudita: se marchó con unas personas de las que había sido víctima de un robo de tierras, que no le pagaron después de hacerle firmar. Pero más fuerte aún: apenas le proporcionaban alimento para poder vivir, lo que le produjo un estado físico enormemente deteriorado. También se apoderaron de su carnet para cobrar las 50 libras (entre 6 y 7 euros) que recibía mensualmente del gobierno.



Su mirada, seria, apenas con expresión. No hablaba nada pero era de una docilidad extraordinaria.

A nosotras se nos encogió el corazón ¿Podrá superar esta situación? ¿Qué experiencia de sufrimiento habrá tenido? ¿Cómo es posible - nos preguntamos - que injusticias como estas queden hoy día impunes?

Apenas transcurrieron tres días y nos hablaron de otro anciano con una necesidad extrema. Fuimos a verle el doctor Naguib, Rami, y nosotras dos. Nos encontramos con la sorpresa de que era un anciano que ya conocíamos, y tiempo atrás quisimos traerlo a casa desde otro lugar pero se negó rotundamente.

Subimos hasta un tercer piso, por una escalera peligrosa, sin apenas visibilidad. La situación en la que se encontraba era indescriptible, y la falta de higiene, difícil de asimilar, sobrepasaba todo lo imaginable. Él, enormemente desaseado, tendido en un camastro, pronunciaba palabras incoherentes, señalando una posible demencia.



Entonces, Mª Carmen preguntó: ¿Qué hacemos? Y yo (Marisol) respondo: no sé, mi primer impulso sería salir corriendo, me asusta esta situación, pero sé que la gracia de Dios vence siempre.



Mª Carmen instió en que dejarlo allí sería dejarlo morir. Pero hay algo en las dos, no me cabe duda, una mirada más allá, además que el dejarle morir. ¿Quién es para nosotras este hombre? ¿Quién llama en este momento a nuestro corazón? Las palabras del Evangelio, estamos seguras, resuenan en la mente de las dos: "Cada vez que lo hagáis a uno de mis hermanos más pequeños, a mí lo lo hacéis".

Contra todo sentimiento, el Señor vence y mi resistencia se esfuma. Mª Carmen sé que estaba convencida desde el primer momento. ¡Gracias, Señor, por tu forma de actuar!

Efectivamente, nos hicimos cargo del anciano con el beneplácito de nuestros trabajadores, que rápidamente se ponen manos a la obra: le asean, le cortan el pelo, le afeitan y parece un hombre nuevo. Sin embargo, apenas anda y sigue con palabras incoherentes, no sabemos si debido a la extrema desnutrición o a una demencia senil. Pide insistentemente: "¡Akol, akol!", es decir "¡Comer, comer!" ¿Estará realmente hambriento?



Pasaron unos días y llevamos al médico a ambos ancianos. Empezaron a recuperarse y la sorpresa era enorme. Los dos comían como cosacos. El segundo de ellos, que no caminaba, comenzó a hacerlo. Todavía no tenemos clara su demencia.

Todo nos parece un sueño y se nos alegra enormemente el corazón. Está claro, y una vez más lo comprobamos, que el Señor paga con creces la atención a los más necesitados.

Días más tarde, nuestro querido Halim se nos fue para celebrar la Navidad eterna. Una neumonía, que parecía que estaba superando, se lo llevó. Nos dejó una gran experiencia: observar la transformación que se produce en una persona cuando es querida y atendida. Lo encontramos en una situación lamentable, que nos hablaba de un vagabundo desaseado y hostil. En sus últimos días, su rostro y sus formas eran serenas y educadas, transmitían paz.



He ahí el milagro que todos deberíamos descubrir. Ahora, desde el cielo, intercederá por esta misión, gracias a la cual murió de forma digna.

Recibid todo nuestro cariño,

Marisol y Mª Carmen